Reflexiones
de una lectora
3
¡Hola a tod@s!
J
Vamos con las disculpas. En primer lugar,
quiero pedir perdón por estar tan sumamente desaparecida. Es más que evidente
que mi capacidad de organización necesita una revisión – una que voy a llevar
acabo, prometido queda –, pero es aún más evidente que, aunque me “comprometí”
a conseguir ordenar el blog lo suficiente como para que tuvierais todas las
reseñas listas… no he podido hacerlo y, a riesgo de que me tiréis piedras, no voy a
hacerlo. Os cuento porqué. Me considero una
persona muy autoexigente en lo que a escribir se refiere. Es cierto que en el
90% de los aspectos de mi vida soy la viva imagen del caos, pero en este pequeño espacio me
esfuerzo cada día – o al menos siempre que puedo –
para ofreceros
un mínimo de calidad. Estaréis de acuerdo conmigo,
entonces, en que es una soberana tontería intentar confeccionar reseñas de libros de
los que, a lo sumo, recuerdo un tercio de la historia. Para traeros una reseña de mala calidad o que pueda rozar el cinco… prefiero
no traeros nada y comprometerme, esta vez en serio, a reseñar todo lo que lea a partir
de ahora.
Como sabéis, vuestra opinión es muy importante
para mí. ¿Qué os parece? ¿Creéis que es buena idea?
Después de esta pequeña explicación, he decidido
traeros una nueva entrada de Reflexiones
de una lectora, con un tema que, a mi juicio, es bastante importante.
¡Vamos a ello!
Complejidad
de pensamiento y preocupaciones innecesarias
Siento especial predilección por la evolución de los
personajes, como muy bien sabéis. Considero que
lo que de verdad puede definir a una buena autora o a un buen autor es su
capacidad para hacer que nos creamos al personaje, para hacer que,
después de un número “x” de páginas logremos pensar “Dios, ojalá existiera una
persona así”. Y es precisamente eso lo que os vengo a contar hoy. No sé
vosotras y vosotros, pero yo normalmente no tengo pensamientos sumamente profundos
sobre qué voy a hacer con mi vida, sobre cómo voy a enfocar una situación “y”
ni cómo voy a conseguir llevarme mejor con mi amiga o mi amigo. Y es que muchas
veces, cuando leo, no puedo parar de pensar en lo condenadamente
enrevesados que son los pensamientos de nuestros queridos personajes
protagonistas. Me da a mí que vamos a tener que
sacarnos tres doctorados para llegar a ese nivel de profundidad emocional o, en
su defecto, dejar las fiestas y centrarnos en cosas más importantes, como describir
al dedillo lo que nos evoca el olor a café.
Antes de que me tiréis piedras, quiero
preguntaros algo: ¿cuándo estáis por la calle, esos momentos en los que
tenéis que llegar a Dios sabe dónde y vais de culo por culpa del calor, el frío
o sencillamente porque os habéis levantado con el pie izquierdo, realmente os
da tiempo a pensar en lo bonito que está el cielo despejado o en lo bien que
huelen las flores? Porque yo, con todo lo basta que puedo llegar a
ser, a
lo sumo me preocupo de si voy a llegar muy sudada y de si me dejaran entrar por
la tardanza. Llamadme loca, pero en lo último que
pienso es en lo bonita que se ha quedado la tarde, en las ganas que tengo de
oler galletas con mantequilla o en lo condenadamente adorable que es ver pasear
a un niño pequeño con sus pasitos torpes.
Profundidad emocional, supongo, y tal vez sea cierto que
yo sea un poco simple, incluso directa pero, ¡vamos a ver!, no tengo tiempo
libre suficiente como para preocuparme por banalidades de ese calibre. En el autobús, como a todo el mundo, me molesta
el hecho de tener que ir de pie, cogida de cualquier manera a una de las
barras, rezando por no caerme y cagándome en todo lo cagable porque el conductor pega un frenazo y me voy de morros
hacia adelante. ¡Qué soez expresión! ¡Y qué cierta, maldita sea!
¿Y esto qué tiene que ver con las novelas?
Pues que, como os decía, estoy harta de sentirme un poco estúpida al leer la
profundidad a la que llegan algunos autores y autoras sólo para dejarnos claro
que saben escribir. Yo me lo creo, palabrita, pero
quiero cosas coherentes. ¡No pido tanto! Un poco de coherencia, un momento de ansiedad ante una
situación estresante, preocuparse por cosas normales, como el hecho
de no recordar si has cerrado con llave la puerta, si has dejado comida para el
gato o si se te ha olvidado algo que necesites para el próximo examen. El futuro y la
metafísica del día a día yo se lo dejo a los filósofos, porque, aunque sé que
suena típico a dolor, preocuparse por las cosas que pasarán es una pérdida de
tiempo. Vive el momento,
dicen, y es cierto. Paremos ya de preocuparnos por todo. Si me pego el guantazo de mi vida contra el suelo, si me fracturo la
pierna o el brazo haciendo deporte, si me peleo con alguien que hasta el
momento había sido muy cercano a mí… me preocupo. ¡Por Dios que me preocupo! El
resto del tiempo puedo vivir sin pensar en qué haré dentro de tres semanas, de
lo que pasará cuando le diga a mi madre que he suspendido un examen o de lo que
pasará si le digo a mi mejor amiga que su novio me parece un grano en el culo.
Así que sí, desde aquí hago una llamada a todas las
personas que alguna vez se hayan sentido exasperadas o sobrepasadas por la
profundidad de los pensamientos, ideas e ideales de los protagonistas. Esas
conversaciones casi surrealistas en las que hay un protocolo y un decoro que
harían llorar a toda la horda de profesores de castellano que hemos tenido
alguna vez en nuestra vida. Realismo, por favor, no es tan difícil,
gracias. ¿Quién diablos habla con sus amigos de cosas como, por ejemplo, lo que
hará de aquí a diez años? ¡Oh, por favor, no tenemos una vida tan aburrida como
para montarnos realidades paralelas! ¿Y si de aquí a diez años me ha
atropellado un camión, qué, eh? ¡Nada! ¡Anda ya, tanta tontería! Películas,
series, cosas que pasan en el día a día… suficiente para estar hablando horas,
horas y horas. Miedo
al futuro, diréis algunos y algunas, y jamás negaré que podáis tener razón,
pero, poniéndome filosófica, ¿no es maravilloso el presente? Pues démosle la importancia
que merece y dejémonos de cuentos e historias. El aquí, el ahora. Eso es de
verdad. No es una ilusión, una posibilidad o una idea. Es algo que está pasando, que nos está consumiendo o maravillando,
algo que vamos a guardar en nuestra memoria y que recordaremos en ese futuro
que tanto nos gusta imaginar.
Como digo siempre en estas entradas,
no soy lo suficientemente divertida como para seguir hablando, así que…
¿Qué opináis? ¿Os gustan las
mentes complejas, hasta los topes de ideales, sueños y metafísica? ¿Sois de esas
personas que se preocupan demasiado por lo que pasará o, como yo, os limitáis a
vivir al día?
¡Contadme, contadme, contadme!
¡Un besazo muy grande y que paséis un buenísimo fin
de semana!